No es lo mismo tener 18 años en España que en Nepal

Fragmento del reportaje La ciencia de la adolescencia, por Laura G. De Rivera, publicado en Muy Interesante, sep 2018.

El 90% de los estudios sobre adolescencia se realizan en los países desarrollados, señalan Robert Blum y Jo Boyden en un artículo en Nature. Sin embargo, el 90% de los chicos entre 10 y 24 años viven en los países pobres. Si las conductas temerarias son ser la primera causa de fallecimiento entre los jóvenes en Estados Unidos o en Alemania, en Nigeria o en Bangladesh la muerte prematura suele llegar de manos de la pobreza, las enfermedades y la marginación social. Cuando la lucha por la supervivencia significa lograr algo que comer o tener un techo, la creencia de que los adolescentes buscan el peligro y son rebeldes por naturaleza queda desmontada. En estos países no privilegiados, tampoco se alargan la adolescencia y la “eterna” inmadurez más allá de los 18, como ocurre en los países occidentales. En Nepal o en una aldea de Perú, las niñas son tratadas como mujeres a los 12 años. Y tanto ellos como ellas cargan con responsabilidades familiares –jornadas interminables de trabajo pesado, cuidado de los más pequeños, etc– que, en nuestro entorno, solo soñaríamos para un adulto. Si, en los países ricos, asumimos que ser adolescente significa conquistar un nuevo sentido de independencia, zambullirse en las relaciones sociales, o retar a los adultos, no podemos olvidar que nada de esto es verdad para nueve de cada diez de los niños entre 10 y 18 años en todo el mundo. Porque, aparte de las condiciones neurobiológicas que acompañan a la edad, no hay duda de que el contexto importa. Algo parecido defiende la “teoría de la historia vital”, según la cual la exposición a un contexto de pobreza e inseguridad en la infancia lleva a una maduración psicológica más rápida, mientras que los niños que crecen en un entorno con recursos, suelen aferrarse a su inmadurez durante más tiempo.

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